Las personas nos definimos por unos valores que nos condicionan a la hora de actuar  en la vida. Esos valores que proyectamos les sirven a las personas con las que nos relacionamos para describirnos como personas.  Y son también útiles para diferenciarnos o para acercarnos a las personas de nuestro entorno.

En este caso, las empresas funcionan también como las personas.  Deben poseer unos valores que les diferencien de su competencia o del resto de empresas para poder crear una identidad única reconocible y reconocida por el público que quieran captar.

Siguiendo el ejemplo que hemos utilizado para encabezar esta reflexión, las personas proyectamos nuestros valores a través de nuestras acciones, de nuestra manera de expresarnos, de nuestra indumentaria, de nuestros gestos, de nuestra expresión… en definitiva a través de la manera que tenemos de comunicarnos con los demás.

Las empresas, a su vez, comunican sus valores a través de la manera en la que se dirigen a sus clientes, de los muebles que decoran sus oficinas, de las personas que trabajan para ellos, de su imagen corporativa… Gracias a estos valores, los consumidores distinguimos a una empresa de otra dentro de un mercado amplio y variado de productores.

Para lograr establecer un mensaje coherente y orientado a nuestro público es necesario poner en funcionamiento un plan de marketing que establezca las acciones que debemos desarrollar para lograrlo.

De la misma forma que en la vida tenemos que actuar de una forma y no de otra para que el resto pueda extraer nuestros valores, en la empresa se deben seguir unos pasos determinados en base a un estudio exhaustivo de los valores que queremos transmitir para que nuestra comunicación hacia nuestros potenciales consumidores siga una línea de coherencia que no se pierda en las contradicciones o en las propuestas mal definidas.